viernes, 20 de mayo de 2011

DEBATE SOBRE LOS LÍMITES DEL NEGOCIO DE LOS FÁRMACOS

Fuente: lavanguardia.com
Las farmacéuticas encarnan el papel de avaladores de la ciencia y la salud al hablar de medicamentos que curan, que logran frenar infecciones, que quitan dolores. Pero también se las asocia a veces a una industria que persigue un beneficio muy inmediato, el éxito económico a toda costa. Dos libros coinciden ahora en las librerías –un ensayo y una novela– para aportar su visión sobre los entresijos de este sector.
Laboratorio de médicos, de Miguel Jara (Península), propone en su ensayo un viaje al interior de la medicina y la industria farmacéutica a través del visitador médico, una figura cuestionada en esta obra por propiciar supuestos negocios, jugosos para su empresa pero a veces a costa de los intereses del paciente. Esta es la tesis de partida de Jara: la mayoría de laboratorios persigue la rentabilidad económica de sus medicamentos aunque a veces ello suponga pasar por alto los derechos del ciudadano.
Miguel Jara, escritor y periodista, investigador en salud y ecología, ex corresponsal en España del British Medical Journal, ha escuchado decenas de historias de visitadores que dicen sentirse secuestrados por su trabajo. Que los laboratorios presionan a los médicos para que receten sus productos a través de sus equipos comerciales es algo que unos consideran leyenda y otros una realidad. Cuando ocurre de “forma institucionalizada”, insiste el autor, la ciudadanía puede llegar a pagar un peaje de salud, se deteriora el prestigio de la medicina, y es un fraude a la hacienda pública.


Desde el año 2002, la interrelación entre las farmacéuticas y los facultativos está regulada por un Código de Buenas Prácticas. Y la industria lo defiende: “Este código se dotó de los debidos mecanismos de autocontrol, cuya vulneración implica graves sanciones económicas para las compañías interpuestas”, asegura Julián Zabala, director de comunicación de Farmaindustria.
La situación empezó a cambiar hace una década. “Las sociedades científicas son mucho más vigilantes y cuando un especialista participa en una investigación se le pide declaración de conflicto de intereses”, explica el doctor Jaume Sellarés, miembro de la junta del Col.legi de Metges de Barcelona. “No podemos asegurar que no existan estas malas prácticas, pero no como antes. Es un modelo del siglo pasado, en el que la propia Administración dejaba en manos de la industria la formación continuada de los médicos”. Y con los recortes económicos, la industria cuenta con menos recursos para invertir en los médicos. “Ahora muchos CAP no aceptan la entrada de visitadores”, asegura Sellarés.
La novela que denuncia las turbias maniobras de la industria farmacéutica es el subtítulo que Planeta ha usado como gancho con morbo para Dioses de bata blanca, la ficción que ha escrito un oncólogo de Barcelona, Josep Ramon Germà Lluch, director de Gestión del Conocimiento y jefe de servicio de Oncología Médica en el Institut Català d’Oncologia (ICO). Se enmarca en el mundo de los ensayos clínicos, el afán de éxito y las prisas para lograrlo. El escenario central es Barcelona y sus oncólogos estrella.
“Tenía la necesidad de contar que es posible denunciar cuando las cosas no se hacen bien”, afirma el autor. Siempre según su tesis, las prisas han llevado a que se produjeran muertes por efectos a largo plazo de fármacos que no habían sido suficientemente estudiados. “La historia está basada en hechos reales, pero transcurre en el ámbito de la oncología, porque es el que mejor conozco, no porque esté contando algo ocurrido con medicamentos para el cáncer”, aclara.
Germà Lluch recuerda unos fármacos que en la historia más o menos reciente resultaron enormemente dañinos por diversos fallos durante la investigación y que hoy están prohibidos y retirados. Como un medicamento, la talidomida, para las náuseas durante el embarazo, que según cuándo se tomaba causaba graves lesiones en el feto.Olos estrógenos para la menopausia, que si se tomaban durante más de cinco años aumentaban la incidencia de cáncer de mama. Siempre recurriendo a ese juego entre la realidad y la ficción, Lluch recuerda los problemas cardiacos que daba un antidiabético retirado hace tan solo dos años en Francia.
“La prisa y la presión nos llevan a perder espíritu crítico”, afirma Lluch. Esa carencia y la enorme cantidad de dinero que hay en juego “nos hacen perder de vista a veces el por qué se hacen las cosas”. En la novela narra un mundo de ensayos clínicos casi en cadena, a través de eficaces compañías externas a los propios laboratorios que cumplen fríamente el objetivo del ensayo, sea cual sea su repercusión. Un mundo de curaciones medido en muchos ceros. ¿Realidad o ficción?, se pregunta el lector. “Sacar un medicamento puede costar 1.700 millones de dólares y se tarda 12 ó 14 años. Ahora se intenta hacerlo en 7 u 8. Quizá sea poco tiempo para ver cuáles son los efectos a largo plazo”.
Las dos grandes agencias que autorizan medicamentos (la FDA estadounidense y la EMA europea) son las mismas instituciones que tienen que retirar un medicamento cuando no va bien, advierte el oncólogo. Y, además, la industria puede pagar para que el procedimiento de revisión se abrevie. “Nos falta crítica –añade–. Necesitamos más que nunca grupos de discusión sobre ese beneficio clínico mínimo que ha de tener un fármaco”.* Mientras, siguen las dudas sobre el funcionamiento de la Agencia Europea del Medicamento. Para muchos eurodiputados, este organismo encargado de velar por su seguridad, es demasiado sensible a los intereses de las grandes farmacéuticas y la semana pasada la Eurocámara no sólo se negó a avalar sus cuentas de los dos últimos años sino que ordenó la apertura de una investigación sobre el origen de sus recursos financieros, informa Beatriz Navarro. “No hay garantías de que la evolución de medicinas sea realizada por expertos independientes”, sostiene el Parlamento Europeo, advirtiendo de posibles “conflictos de intereses” en la Agencia. La Eurocámara cuestiona la actuación de la Agencia en el caso de un medicamento para tratar la diabetes (benflourex, antes vendido como Mediator), que tardó 10 años en retirar del mercado desde que los primeros informes advirtiendo de peligrosos efectos secundarios. Este organismo ha sido acusado de falta de transparencia. Hizo falta una resolución del Defensor del Pueblo Europeo para que la Agencia aceptara publicar informes sobre ensayos clínicos que mantenía en secreto bajo el argumento de no perjudicar los intereses de los fabricantes.

Contra la publicación selectiva de pruebas

En un artículo publicado el día 11 en el British Medical Journal, los doctores daneses Peter Gøtzsche y Anders Jørgensen culpan a la Agencia Europea del Medicamento (AEM) de haber puesto “los beneficios de las farmacéuticas por encima de la protección de la vida y el bienestar del paciente”. En particular, se quejan de la “publicación selectiva” de las pruebas que se realizan sobre los fármacos. Esta práctica que, afirman, está “muy extendida” lleva a “sobrevalorar los beneficios y subestimar los daños” de los medicamentos, lo que hace que “los doctores no podamos elegir el mejor tratamiento para nuestros pacientes”. Gøtzsche y Jørgensen destacan las “desastrosas consecuencias” que esto puede tener, tal como se vio con el analgésico Rofecoxib, “que probablemente causó 100.000 innecesarios ataques de corazón en EE.UU.”. Estos médicos denunciaron que tardaron más de tres años en lograr que la AEM les facilitara las pruebas no publicadas sobre el fármaco antiobesidad Rimonabant que, en el 2010, fue retirado del mercado por sus efectos secundarios.

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