jueves, 20 de septiembre de 2012

LE HIZO JUICIO A BAYER Y SE LO GANÓ


Fuente: tiempo.infonews.com
Por:
Florencia Halfon-Laksman

En 1998, Flavio Rein tomó una droga contra el colesterol, y quedó con un 70% de discapacidad. Acusó al laboratorio  de esconder los efectos adversos de ese medicamento. Ahora la justicia dispuso que cobre casi un millón de pesos.

 La justicia condenó al laboratorio multinacional Bayer a pagar cerca de un millón de pesos a un paciente que sufre daños irreversibles causados por el medicamento Lipobay (cerivastatina), que en 2001 fue prohibido en el mundo. La sentencia de una suma y sus intereses por "incapacidad sobreviniente" quedó firme esta semana. En el juicio, que derivó en el fallo de la Sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, se constató que el laboratorio utiliza distintos prospectos según el país donde venda los medicamentos.
A finales de 1998, Flavio Rein tenía 41 años, una esposa, y dos hijos mellizos de cinco años. Representaba futbolistas y era asiduo practicante de varios deportes: "El deporte era mi vida", dice hoy ante Tiempo Argentino, 14 años más tarde, ya sin posibilidades de retomar sus hábitos atléticos. Ocurre que en esa época, su esposa le insistió para que se hiciera controles de rutina porque consideró que estaba en edad de hacérselos. "Pasó todas las pruebas de esfuerzo sin problemas, pero el nivel de colesterol le dio alto", detalla a este diario su abogada, Patricia Vergara.


Buscó un médico en la cartilla de la prepaga y encontró uno cerca de su oficina. Para bajar el colesterol, el doctor le prescribió tomar Lipobay por un mes. "Unos días después, en mi casa me decían que se me veía cansado. No me daban ganas de ir a jugar al fútbol, tenía dolores de cabeza fuertes, y le echaba la culpa al trabajo. Tenía incorporada esa publicidad que decía 'si es Bayer, es bueno'. No se me ocurría dudar del medicamento", dice Rein.
El cansancio resultó un síntoma menor en el padecimiento que luego debió atravesar el paciente: "Al mes me desperté y, mientras me rascaba el ojo derecho, me di cuenta que con el izquierdo no podía ver. Estaba ciego. Cuando quise levantarme, me caí en la habitación", describe el hombre. A partir de ese día debió trasladarse un tiempo en silla de ruedas, hasta que comenzó una rehabilitación que continúa hasta hoy y que también le permitió recuperar algo de visión del ojo izquierdo.
Rein tiene un certificado de discapacidad que indica que está imposibilitado en un 70% y que tiene un serio daño psicológico. El diagnóstico: rabdomiolisis, un síndrome que ataca la masa muscular, lo cual deriva en que las moléculas procedentes de la disgregación muscular lastimen el riñón. "No puedo correr porque me desgarro. Nunca pude jugar con mis chicos en la plaza. Los miraba divertirse. Tampoco podía hacer el amor con mi señora porque el medicamento ataca la libido. En el prospecto argentino no decía nada, pero el de Estados Unidos sí. Ahora leo hasta el prospecto de la aspirina", confiesa.
Cuando supo lo que tenía, habló con los amigos que vivían en el extranjero: "En Estados Unidos, el prospecto de la misma droga, que se vendía allá bajo el nombre de 'Baycol', tenía una cantidad de advertencias de efectos secundarios, que se extendían en tres hojas, contra la media carilla que tenía el prospecto argentino. Una de las cosas que el perito destacó es la omisión de Bayer de informar algo que evidentemente ya sabía, lo cual representa un error y no a una consecuencia inesperada. Por eso desistimos de iniciar acciones contra el médico, ya que fue Bayer quien no informó lo que debía", explica la abogada Vergara, especialista en responsabilidad civil.
Al igual que Rein, la abogada está en permanente contacto con quienes impulsan la misma lucha en Alemania (Philipp Merker) y España (Miguel Jara). Ellos los mantuvieron informados. Y la pelea no terminó con el juicio: Rein planea publicar un libro y abrir una página web para contar lo que ocurre con distintos medicamentos en la Argentina y el mundo. 
A diferencia de otros querellantes, hace algunos meses él no aceptó llegar a un acuerdo con la empresa. Tiene sus motivos: "Nunca me dio una mano, ni siquiera con los gastos médicos. Fue muy duro. No teníamos nada. Vivimos de la ayuda. Recién en julio me ofrecieron una suma para que yo no saliera a hablar. Elegí dormir sabiendo que, mientras moría gente, yo no arreglé con este laboratorio."  «

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