miércoles, 29 de septiembre de 2010

EL ADOLESCENTE Y LA TOMA DE DECISIONES EN SALUD

Por la Dra. Diana Cohen Agrest

¿Cuándo se puede considerar a un paciente –por añadidura, adolescente– como un agente moral autónomo?
Por Diana Cohen Agrest*
Diplomatura en Bioética
 
Una de las controversias más frecuentes en relación con la toma de decisiones en salud se condensa en el siguiente interrogante: ¿cuándo se puede considerar a un paciente –por añadidura, adolescente– como un agente moral autónomo?
En su calidad de agente moral (y legalmente) competente, se exige del paciente que posea determinadas capacidades que lo habiliten para tomar decisiones autónomas y, frente a un determinado tratamiento, otorgar un consentimiento informado válido. Pero dichas capacidades exigen cierto grado de desarrollo psicológico propio de un individuo relativamente maduro. Esta madurez evolutiva implica, fundamentalmente, el desarrollo de ciertas capacidades cognitivas y volitivas supuestas en el razonamiento y la deliberación para la toma de decisiones en salud, tales como la comprensión de los hechos que hacen a un cuadro clínico en particular, el pensamiento operacional para la evaluación de dichos hechos, cierta apreciación de las consecuencias a mediano y largo plazo de la enfermedad, la posibilidad de sopesar las alternativas de tratamiento, la estimación de cargas y beneficios de cada una de esas alternativas disponibles y la fuerza de voluntad que se requiere para optar por y sostener apropiadamente el tratamiento finalmente elegido.
No obstante, este reconocimiento por parte de la familia y de la comunidad médica de los derechos del adolescente para decidir, es incipiente. Los fundamentos jurídicos para defender la participación de los menores, especialmente los menores adultos (entre 14 y 21 años) en el proceso del Consentimiento Informado ya se explicitan en la Convención Internacional de Derechos del niño, que establece que el niño es persona humana, sujeto y titular de derechos y obligaciones. Es notorio entonces que en el paciente adolescente confluyen varios factores que lo vuelven peculiar. El primero de ellos es que la situación de un adolescente maduro da lugar a una controversia difícil de zanjar: la de que aquel que decide en nombre de quien es, al menos cultural y legalmente, todavía un menor o si, por el contrario, es el propio menor el que tiene que decidir acerca de su propia persona.
El segundo de los factores es que se lo considera incapaz de participar de forma exclusiva en las decisiones. Y esta dependencia de los adultos hace que la clásica relación bipolar médico-paciente se convierta en un triángulo donde, pese a que se discute su lugar en la toma de decisiones, el vértice primario es el adolescente. Los fundamentos morales de los derechos de los padres a decidir en lugar de sus hijos deben ser tomados en consideración, puesto que el paciente adolescente vive íntimamente vinculado física, legal, emocional y económicamente a ambos o a uno de sus padres. Dado que la responsabilidad fundamental de los padres es tomar decisiones que conciernen a sus hijos, probablemente asignen un mayor peso a los beneficios mediatos pero permanentes, que a las experiencias inmediatas que pueden ser desagradables, pero transitorias.  
Se suele dar por sentado que, salvo excepciones, la mayoría de los padres cuidan del bienestar y de la formación de sus hijos tanto moral como legalmente, lo hacen con las mejores intenciones y defienden como nadie los intereses de sus hijos. Y hay hasta quienes sostienen que los padres son quienes deben tomar la decisión. Y se espera, consecuentemente, que los padres decidan según el criterio del mejor interés de su hijo. A menudo, cuando el médico se encuentra con padres que no deciden tomando en cuenta el mejor interés de sus hijos, apelan a la autoridad de un juez.
La competencia implica vincular la capacidad de decidir de una persona en un determinado momento y bajo determinadas condiciones, con una determinada toma de decisión. Pero esta expresión es excesivamente general. La competencia fluctúa a lo largo del tiempo, y en el caso de los adolescentes, esto se aplica especialmente dado que esta fluctuación se explica naturalmente por el propio desarrollo evolutivo. Pero además, así como sucede con los adultos, todo juicio sobre la capacidad de decidir del adolescente depende del momento en que éste lleva a cabo su toma de decisión y de su estado psicoafectivo. Y, al igual que con cualquier grupo etáreo, no puede dejar de tomarse en cuenta la posible influencia de ciertos factores que distorsionan la toma de decisión, tales como el efecto de psicofármacos o el encontrarse en un estado de severo stress. Cualquier individuo en ese estado, no sólo un adolescente, puede ser incapaz de tomar una decisión, y una vez superado ese estado, puede hacerlo. Sin la capacidad de prever las consecuencias de rechazar un tratamiento, su juicio con frecuencia no será en su propio interés.
Se puede objetar que todo lo dicho es defendible siempre y cuando los valores adolescentes sean compatibles con los de los adultos. Pues bien, ¿en qué medida se deben respetar los valores de los adolescentes cuando entran en conflicto con los de los adultos? ¿Qué actitud debe asumir el médico cuando los adolescentes se oponen a sus padres?
Cuando la salud se encuentra seriamente amenazada, el médico tiene la obligación de proteger la salud del joven, dándole al paciente la posibilidad de que sobreviva y llegue a ser un adulto. Finalmente, se puede señalar que tal como sucede con los adultos, esa competencia sólo sea presunta. Cuando hay evidencia de que el joven está decidiendo erróneamente en tratamientos cruciales, esa competencia sólo presunta puede ser desestimada. Y pese a que los tribunales no son los lugares ideales para tomar decisiones, apelar a instancias legales en el tratamiento de adolescentes se justifica plenamente en eset tipo de situaciones dilemáticas.

*Por Diana Cohen Agrest. Dra. en Filosofía (UBA) – Magister en Bioética (Monash University) –
Directora de la Diplomatura en Bioetica Clínica y de la Diplomatura en Ética de la Investigación de la Universidad Isalud

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